En más de 10 años de relación, Gaby* vivió diferentes episodios que se reflejaron en violencia familiar: situaciones que terminaron en insultos, golpes con objetos y sin objetos, amenazas e intentos de feminicidio.
“Nos reconciliábamos, me pedía perdón, me llevaba flores, me decía “no vuelve a pasar” y luego “es por tu culpa”... Yo me la creía”, relató la mujer.
Las primeras señales de agresiones y conflictos de violencia familiar llegaron con escenas de celos, recordó. Eran situaciones en las que la acusaba de tener otra pareja. Esos episodios terminaban en insultos y golpes, incluso el hombre agredió a uno de los hombres con los que creyó que Gaby tenía una relación.
Con el tiempo, la violencia escaló: él no tenía empleo y ella consiguió trabajos en otras ciudades. Pero empezaron los cuestionamientos sobre si la mujer tenía otra relación y en una ocasión que discutieron, él le dijo que si no volvía por su hija, no la volvería a ver.
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Eran episodios de separarse y regresar. Hubo otra ocasión en que ella le dijo que estaba embarazada, y él era el papá, pero no le creyó.
“Me dijo que él no se va a hacer responsable porque no es su hijo, que lo tenía que abortar, hace como trabajo psicológico, y aborté a mi bebé. Me deprimí, perdí mi trabajo, no comí, no salía. Estaba hundida en la depresión total”, contó.
Dentro de esos episodios de celos, Gaby recordó que una vez él la acusó de estar con otro hombre, y aunque ella le explicó que no era cierto, su agresor la golpeó en la cara y le rompió la nariz. Cuando ella le dijo que se iba a ir, él se disculpó.
Violencia familiar: una nueva ciudad y nuevos episodios de agresiones
Se mudaron a otra ciudad y ahí tomaron terapia. Pero los episodios de violencia siguieron, incluso eran más fuertes.
Un día discutieron y él agarró un bat y le pegó en la cabeza; una vecina escucho los ruidos y llamó a la patrulla que acudió al llamado de un posible caso de violencia familiar; pero Gaby no pudo salir, de hecho mintió para no ir con los policías porque su pareja le dijo que antes de su detención, iba a seguir la agresión.
“Él estaba detrás de la puerta con el bat amenazándome: si tú sales y dices algo, sí me voy a la cárcel, pero antes te mato”.
Luego hubo otro evento en el que fueron a una fiesta que había en su localidad, Gaby relató que su pareja tomó y se drogó y la acusó de coquetear con más hombres, con insultos. Después se alteró tanto que le dijo que iba a ir a su casa por un arma y la iba a matar a ella, y a su hija.
Aunque ella intentó irse, no pasó a mayores afortunadamente porque él quedó inconsciente y cuando se despertó, olvidó todo. Pero Gaby recordó impactada que su hija la hizo reaccionar cuando le pidió no volver a casa.
“Mami, y si te mata, ¿qué va a pasar conmigo?, ¿te has puesto a pensar qué va a pasar conmigo?”, repitió la mujer aún impactada de las palabras de su hija.
La separación y el último episodio de violencia familiar
Aunque siguieron juntos, aún con discusiones entre los dos, al tiempo decidieron separarse “en los mejores términos”, dijo Gaby, incluso ambos tuvieron otras parejas después de terminar la relación.
Pero unos meses después, Gaby salió a la calle con su hija y contó una persona las amenazó con una pistola para que se subieran a un carro, donde estaba su expareja. Las llevaron a una casa juntas, pero las separaron.
Ahí, el agresor de la mujer la acusó de mandar gente para matarlo. Luego con otro grupo de personas la golpearon, la patearon, la quemaron con un cigarro, intentaron asfixiarla, incluso los escuchó hablar sobre formas en cómo pensaban asesinarla… Gaby tomó unos segundos para respirar y recordó todas esas horas como una tortura.
La sacaron de la casa, y ahí, en un camino solo, le dispararon del lado izquierdo de la cabeza, en la parte superior. “Nada más escucho los carros que se van, caigo hacia el frente y empiezo a pasar toda mi vida”, recordó la mujer.
Se fueron y creyeron que había muerto. Aunque Gaby no recordó si pasaron horas o minutos, de algún modo encontró fuerza para levantarse y buscar ayuda. Después de eso recibió apoyo médico y a la par de su recuperación, que tomó varios días, inició con la decisión y el posterior proceso legal contra su agresor. También buscó acompañamiento para mujeres tanto en materia psicológica como legal.
Todo esto pasó antes de la pandemia, y aunque su expareja ahora está detenido, el proceso para resolver este caso legalmente se ha retrasado por el efecto del COVID-19, pues después se enfrentó a cierres de juzgados y oficinas para pedir informes, así como contagios entre el personal, contó Gaby.
Su agresor está acusado por distintos delitos, incluyendo violencia familiar. Pero aún no se llega a una sentencia tras más de tres años.
Su caso, como el de miles de mujeres en México, sigue su avance ante la justicia y a pesar de que su denuncia no se inició en la pandemia sino antes, aún resiente las afectaciones que dejaron las restricciones sanitarias y que de alguna forma retrasaron también que se pueda resolver el proceso por violencia familiar, así como de los otros delitos.
Gaby está consciente de estos retrasos y comentó sentir temor de que su expareja como sus otros agresores puedan salir y en algún momento buscarla. Por ello es que aún está pendiente de este caso de violencia familiar, y aunque pasen los días, ella espera justicia.
*El nombre de esta persona fue cambiado en la publicación para proteger su identidad.