Cada año, una marea violeta brota por todos los poros del país y hace visible la fuerza de las mujeres que se intenta socavar diariamente cuando la violencia con sus dientes devora a 10 de ellas, sin posibilidad de retorno. Pero lo invisible no de disipa nunca para quienes la calle es único refugio y, a veces, terrible destino.
La calle, un callejón oscuro, un bajo puente sin luz o un parque de madrugada son escenarios impensables y de terror para cualquier mujer en este país, pero para muchas otras esta es la única opción para seguir viviendo, a pesar de la violencia física y sexual que enfrentan por parte de desconocidos, de la discriminación que viven todos los días y de la violencia por parte de servidores públicos que deberían protegerlas y brindarles asistencia.
De acuerdo con los resultados preliminares del Censo de poblaciones callejeras 2017, las personas que integran este segmento de la sociedad en la ciudad de México ascienden a 6 mil 754, de las cuales 860 son mujeres, es decir, el 12.73 por ciento. Aunque se estima que este sector de la población creció aceleradamente tras la pandemia por COVID-19.
Luisa, a quien de cariño le dicen “More”, se ha puesto sombra de brillantina rosa en los ojos para salir a marchar por el Día de la Mujer, y lleva consigo un tambor improvisado con un garrafón de agua para animar la concentración.
A sus 34 años, recuerda que “tocó calle” a los 12 años luego de ser víctima de una violación por parte de un familiar y confiesa que en la calle se sintió más segura y protegida que en su propia casa.
Pero la vida en la calle no fue nada fácil, pues en los 21 años que pasó ahí tuvo que pasar peleas, desalojos por parte de las autoridades y vecinos de la calle artículo 123 (en la colonia centro de la Ciudad de México), intentos de violación y malos tratos por parte de las autoridades.
More recuerda que, hace cuatro años, estaba dormida en la calle artículo 123 cuando un chavo que acaba de salir del reclusorio al que le decían el “Chamoyan” intentó violarla, pero al acudir a las autoridades estás la culparon de la situación.
“Entonces, ahí había una patrulla, yo fui y me dijo que apachurrara el botón rojo porque no se podía mover de ahí. Cuando llegó la otra patrulla le expliqué y me dijo ‘pues eso tu te lo buscaste por ser mujer de la calle. Si no les gusta pues regresense a su casa, quién las manda salirse a la calle’”, recuerda indignada.
Aunque ella intentó explicarle al policía que ese no era motivo para juzgarla o negarle la atención para acudir a denunciar, la mejor respuesta del uniformado fue sugerir que el agresor y ella durmieran en lados diferentes de la calle.
Luisa confesó que cuando llegó a la calle se hizo adicta a los solventes y tuvo que aprender a limpiar parabrisas y vendía chicles para ganarse unos pesos, pues alguien le había dicho “tu sabes si te comes la calle o la calle te come a ti porque si la calle te traga, te chingas”.
“Aprendi de la calle a no dejarme de nadie, pase muchas cosas tanto buenas como malas, discriminación, a los papás de mis hijos, tengo dos niñas y un niño, ninguno de los tres está conmigo. Al más chiquito ya lo voy a empezar a ver, está en el DIF, me lo quitaron cuando tenía dos meses y ahorita tiene 11 años”, plática y lamenta que las autoridades le hayan quitado a su hijos, pues no se considera una mala madre.
La calle como refugio y familia
En el contingente rumbo a la marcha del #8M, también va Susana con una blusa morada y una sonrisa que deslumbra a kilómetros de distancia, las cuales la hacen parecer más joven de lo que en realidad es, con 40 años sobre la tierra.
Susi recuerda que llegó a la calle a los 16 años, pues a los 14 se enteró que era adoptada y regresó a vivir con su mamá biológica, pero su hermano mayor le pegaba mucho y una vez intentó abusar de ella, por lo que encontró su refugio en las calles.
A los pocos días de dormir en la calle, sus amigos le ayudaron a conseguir un hotel para que no estuviera tan expuesta al peligro y comenzó a trabajar en el Metro “vendiendo, payaseando, faquireando, haciendo de todo para ganarme una moneda”.
“La calle me ofreció seguridad, lo que no encontré en mi casa. Como gente que no es nada, pueden preocuparse más que mis hermanos de sangre. En la calle tienes que sintonizarte en su canal, uno se vuelve adicta por aceptación, para que vean que eres parte de ellos, luego te enganchas y te haces adicto”, dice sorprendida de lo que encontró.
Consciente de que va rumbo a la manifestación por el Día de la Mujer, Susana resume los tipos de violencia a los que están expuestas la mujeres “de casa” y afirma que siendo mujer “de calle” se vive el doble o triple de violencia y discriminación.
“No solo eres mujer, eres mujer de calle. Entonces ya eres la mugrosa, la desobligada, la viciosa, la puta, la que todos pueden manosear, la que todos pueden sobajar, la que todos pueden humillar y dicen ‘no hay pedo, porque pues quién la va a defender’.
“Sufres mucha violencia institucional al sacar tus papeles, a muchas mujeres les niegas la maternidad, les quitan a sus hijos, las operan sin pedirles permiso, les ponen los implantes. Con las parejas, lo que tienen las chavas de calle es que no están con quien quieres estar, muchas escogen pareja por protección”, afirma.
Susana explica que a muchas de ellas les parece más cómodo aguantar a alguien que les pegue y las violente, a que todos los demás lo hagan también. A la par, reprocha que se les juzgue por salir a trabajar con sus hijos en brazos, cuando no existen instituciones en los que los puedan dejar seguras de que no se los van a quitar.
Como madre de cinco hijos, Susana afirma que ser madre en la calle no es nada fácil, pues ellos también son objeto de discrimiación por parte de otras mamás, para inscribirlos a la escuela y para poder llevarlos al médico.
“Lo peor que pudieron hacer es haberme quitado a mis hijos porque yo siento que si no me los hubieran quitado, yo no hubiera tenido más o hubiera entendido mejor. Hoy que los tengo es un orgullo porque me demuestro y le demuestro a los demás que sí puedo, Veo a mi hija Melany y veo que sí podía y es lo que me ha alentado a ya no estar en calle”, dice con la voz entrecortada.
Herme: “le prometieron cuidar su vida y se la arrebataron”
Hermelinda Vergara Pérez, de 31 años, también era una mujer en situación de calle que accedió a ir a uno de los albergues del Instituto de Atención a Poblaciones Prioritaria (IAPP) de la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (SIBISO) en mayo pasado, pero ya no salió con vida y las causas en que murió aún son desconocidas.
Luis Enrique Hernández, director de la asociación civil El Caracol, que trabaja con personas en situación de calle, revela en entrevista para Grupo Fórmula que “Herme” acostumbraba acudir a estos sitios para bañarse, pero siempre salía al día siguiente.
Sin embargo, la situación cambió en mayo cuando tras subir por su voluntad a una de las camionetas del IAPP no se volvió a saber de ella, por lo que tenían que estar constantemente monitoreando en Locatel información al respecto.
Aunque el 6 de diciembre la directora del IAPP, Nadia Troncoso, concedió una entrevista a un medio de comunicación en la que afirmó que Herme estaba con vida en el centro para discapacitados Atlampa, Luis Enrique supo días más tarde que podría estar muerta.
Ante esta posibilidad, Luis tomó los documentos que Herme le había confiado y acudió al Instituto de Ciencias Forenses (Incifo) a buscarla.
“Si la titular dice que está viva no creo que se arriesgue a mentir y me fui al Incifo y si estuvo ahí, un mes. Se la llevaron la última semana de mayo, nadie tiene certeza de la fecha, estuvo esa semana, el 8 de junio la ingresan al hospital y el 9 muere. 13 horas después de que ingresa al hospital”, detalla.
Luis Enrique explica que Herme murió el 9 de junio, el 10 llegó al Incifo y el 10 de julio se fue a la fosa común “algo que ella no quería” y que había manifestado en diversas ocasiones, pues lo consideraba “un lugar de olvido”.
El director de El Caracol indica que aún no saben a ciencia cierta el motivo del deceso, pues aún no entregan los resultados de la necropsia, aunque se estima que la causa fue una sepsis generalizada.
Además, falta solicitar al Ministerio Público que la saquen de la fosa común, pues la familia que logró formar en las calles la reclama para darle santa sepultura; pero aún falta esperar la carpeta de investigación que se abrió por el caso y reunir el dinero que esto costaría.
Luis Enrique regresa en el tiempo y en la historia de Herme para detallar que ella tenía “un discurso muy particular” sobre la discriminación que las personas como ella apdecían y que sintetizaba en “¿porque me tratan mal, si no somos marcianos?”.
Aunque el activista reconoce con tristeza que Herme podía llegar a tener un desenlace fatal porque el deterioro de su salud física que ya requería una silla de ruedas, también destaca todas las veces que pudo salir airosa de las violencias que rondan a quienes viven en la calle.
“Ella vivio en artículo 123 todas las violencias que te puedas imaginar, incluyendo violencia sexual, violencia policiaca. En todos los operativos en contra de ese grupo, ahí estaba ella. La violencia social que vivió por parte del estado fue brutal”, expresó y recordó que Herme destaca como una de las víctimas de la Recomendación realizada por la Comisión Nacional de Derechos Humanos en 2018.
Por Herme, es que este 8 de mayo tuvo un efecto distinto sobre la familia que tenía en El Caracol.
Aunque no es la primera vez que asisten a la marcha por el Día Internacional de la Mujer, este año es más sentido porque a pesar de todas las violencias a las que han sobrevivido, esta vez se han topado a la cara con la muerte, a través de su “carnala” Herme.
More recuerda entre risas que el primer día que vio a Herme en el metro politécnico se peleó con ella, pero tras unas horas se reconciliaron y se hicieron amigas.
“Ella estaba defendiendo a otra chava y luego la otra chava le volteo bandera y ella fue le pidió disculpas y yo le pedí disculpas y terminamos siendo amigas y después de ahi jamas nos volvimos a pelear”, dice.
Luisa la describe con nostalgia y pinta un cuadro de Herma como una mujer muy alegre y risueña, que siempre tenía un halago para los demás y con un sentido del humor que le alcanzaba para decir que todos los novios eran suyos.
Para More, Herme siempre fue una guerrera, que defendía a los carnales de artículo 123 cuando los policías o vecinos llegaban a desalojar a los que vivían ahí. “La primera en brincar por el barrio era Herme”.
Susana comparte esta imagen de Herme y asegura que era una persona que “te robaba el corazón, porque siempre se reía, a todos les decía mi amor”.
Debido al deterioro físico por vivir en la calle y por su adicción a los solventes, Herme ya no podía pararse ni correr, pero “te regalaba esa sonrisa ancha y te sacaba otra sonrisa” y aún soñaba con tener una familia.
“Yo la admiraba por todo lo que había vivido en la calle, violaciones, abusos de los compañeros de las autoridades. Ella soñaba con tener una familia y una mejor calidad de vida y no se nos hace justo que estos tipos la hayan llevado”, reclama, Susana.
La activista recuerda que la insticución que se la llevó estaba más fea que un reclusorio, donde la policía te “chacalea”, te quitan tus cosas, donde los baños están horribles sin nada de privacidad y donde abundan piojos, liendres, chinches y ratas.
“Nosotras estamos bien indignadas por la manera en que la subieron. Que la hayan sometido para cambiar su vida y que en lugar de cambiársela, se la hayan arrebatado. Porque a lo mejor para ellos no eran nadie, pero para nosotros era nuestra carnala”, afirma con lágrimas en los ojos y la voz llena de rabia por la hermana que no volverá a ver.