Mazatlán es relativamente una ciudad muy joven, aunque haya habido un esfuerzo por situar su fundación en mayo de 1531, que nunca se comprobó con certeza.
La ciudad para principios del siglo XIX era apenas un caserío de tres mil habitantes, la mayor parte extranjeros.
Los archivos municipales hablan de un panteón en la falda de un cerro, pero fuera de ello, la versión de donde se enterraba a los habitantes del puerto es prácticamente unánime, a los mazatlecos los enterraban en la playa... o donde se pudiera.
El rito católico, la fe cristiana y eso de rezarle a los fieles difuntos, acá llegó particularmente tarde. El sincretismo, la veladora o el altar, son recientes para estos lares y a principios del XIX, aún más, a tal grado que el primer templo católico es una pequeña iglesia que se erige hasta 1842.
Panteón en Mazatlán, entonces, lo hay propiamente hasta 1851 y es para los de fe protestante, buena parte de ellos de origen alemán aunque hubo espacio para que ahí quedaran para siempre los restos de Francisco Picaluga, para muchos el traidor de Vicente Guerrero.
Un panteón para una diva
El panteón que nos ocupa bien podría situarse en las calles de Viena.
Sus edificios, las esculturas y estos arcos portensos que nos reciben nos avisan que esto es de otro tiempo, de otra parte y sin duda de otra manera de vivir la muerte y el recuerdo.
Fue creado en 1871, cuando ya la Iglesia no controlaba los camposantos y Benito Juárez había logrado sentarse en la silla de forma relativamente tranquila. Era, pues de origen un cementerio civil, pero de profunda vocación religiosa, de ello avisan las cruces que se desmoronan, los angeles desfigurados y ese Cristo que ha perdido un brazo.
El panteón lleva años que se viene muriendo, quizás su suerte habría sido otra si de aquí no hubiese sido llevada a la rotonda de las personas ilustres: María de los Ángeles, Manuela Tranquilina, Cirila Efrena, Peralta Castera... y si, Ángela Peralta.
Ángela, que había cantado para Víctor Manuel, el primer rey de Italia, así como para Maximiliano y Carlota de México; que fue designada la cantante de cámara del imperio y a quien Justo Sierra dedicó un poema, vino a morir en un Mazatlán infestado de fiebre amarilla.
Desde la llegada del buque Panamá al puerto el 15 agosto de 1883, habían muerto más de 100 personas en 'cosa' de 15 días. El ruiseñor mexicano (Ángela), que venía de La Paz en una gira nacional fue la víctima 107 de aquella epidemia que casi termina con la ciudad. Se casó horas antes de morir, en aquella calurosa mañana del 30 de agosto, y sus restos fueron llevados al nuevo panteón, designado por las autoridades como el número 2.
La tumba relativamente sencilla ha estado condenada al olvido, quizás desde aquel momento de 1937, cuando se decidió que sus restos reposaran en la hoy Rotonda de las Personas Ilustres. Su fantasma habrá decidió irse a otro sitio porque no se le ha visto recientemente.
SOS para un panteón
El panteón, ya sin la diva y con una gigantesca fosa común derivado de las crueles epidemias que azotaron el puerto, fue fraccionado a mediados de la década de los 50 del siglo pasado.
Sobre él se levantaron una secundaria y una estación de bomberos y con ello cayó la soledad. De cuando en cuando se roban una escultura, herrería, un ángel, o hasta la misma figura que adornaba la tumba vacía de la Peralta.
Presenciamos pues un desmembramiento lento pero que ha logrado del todo sus efectos. Rodeada por un edificio de materiales para la construcción y con una barda que se va cayendo, este espacio que en cualquier otro lugar sería un orgullo, acá es uno de terror. De día se convierte en guarida de drogadictos y de noche en una romería de seres peligrosos, que no saben ni de legados, ni de personajes ni muchos menos de historias.
El Ayuntamiento de Mázatlán en 2019 presumía habría de convertirse en un museo fúnebre, lo cual nunca se cumplió.
A pesar de todo, bien vale darse una vuelta, pero se recomienda hacerlo acompañado, ¿Por qué? y me atrevo a decirlo...uno de los panteones más espectaculares de México.