Uno de los hábitos que nos enseñan desde que somos pequeños es lavarnos los dientes al menos tres veces al día. Y aunque probablemente desde que tenemos uso de razón lo hemos hecho con pasta y cepillo de dientes, sería erróneo creer que siempre fue así.
Nuestros antepasados no contaban con estos artículos para poder cuidar su salud bucal, y por eso recurrían a técnicas, que hoy en día, podría definirse como algo… peculiares.
Según cuenta un artículo publicado por el medio inglés BBC, los antiguos romanos usaban trapos o una ramita deshilachada para lavarse los dientes. Es más, hubo algunos aristócratas que tenían esclavos que se encargaban de esta “cansada” tarea.
Otras teorías indican que los chinos utilizaban un palillo como cepillo de dientes, y también les funcionaba como masajeador de encías. Y fueron ellos, los chinos, quienes habrían inventado el primer cepillo dental, no obstante, este no llegó a Europa, hasta en el año 1780, cuando a William Addis se le ocurrió poner unas cerdas de una escoba en un hueso que había quedado de su cena.
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Y… ¿El enjuague bucal?
Lo más peculiar de todo esto, es que nuestros ancestros, en particular los romanos, sí usaban el enjuague bucal, aunque no es nada como lo que conocemos actualmente, pues según se dice, empleaban orina humana importada de Portugal. ¿Te lo puedes imaginar?.
Aunque otras familias de renombre se inclinaban más por el vinagre ácido, o el propio vino. Afortunadamente, en 1920 tuvieron que hacer a un lado estas costumbres, pues el Listerine se comenzó a utilizar como enjuague bucal, pues antes se vendía como limpiador de pisos ¿increíble, no?.