La menstruación es la fase del sangrado uterino que se produce durante el ciclo menstrual. Este proceso fisiológico ocurre en las mujeres en edad reproductiva, periodo vital que abarca desde la primera regla (menarquia) hasta su desaparición (menopausia), en torno a los 50 años.
El ciclo menstrual dura aproximadamente 28 días y consta de varias fases. En cada ciclo, un ovario se encarga de madurar y liberar un óvulo hacia las trompas de Falopio (ovulación). Además, y de forma simultánea, en la capa que recubre el útero (endometrio) se van produciendo cambios secretores que se traducen en un engrosamiento de la mucosa para poder acoger a un futuro posible embrión (anidación).
Si el óvulo no es fecundado por un espermatozooide, la parte engrosada del endometrio se descama (menstruación) y se rompen los vasos sanguíneos que lo nutren. Por eso se produce una hemorragia que es expulsada a través de la vagina. El inicio de la menstruación marca el comienzo de un nuevo ciclo.
¿A qué se debe el dolor menstrual?
La menstruación es la fase del ciclo menstrual que trae de cabeza a muchas mujeres por los dolores que puede llegar a provocar. Y es que el dolor de regla o dismenorrea afecta entre el 45 y el 95 % de las personas menstruantes.
Según su intensidad, puede fluctuar desde una molestia leve hasta llegar a afectar de un modo importante la calidad de vida de quien lo padece. Además, como el dolor es un parámetro que no puede medirse, esto dificulta el entendimiento entre médicos y pacientes.
El dolor menstrual se puede clasificar en dos tipos dependiendo de su origen: dismenorrea primaria y dismenorrea secundaria.
La dismenorrea primaria es una de las principales causas de dolor pélvico entre las mujeres. Es un dolor de regla que no tiene una causa definida, es decir, que no está asociado a una enfermedad. Su aparición está asociada al inicio del sangrado, es de corta duración (entre 2 y 3 días) y la intensidad del dolor no suele ser limitante.
En su origen participa un aumento de sustancias proinflamatorias, en particular ciertas prostaglandinas que causan contracciones uterinas (calambres) y dolor abdominal, entre otros efectos.
Por su parte, la dismenorrea secundaria es el dolor menstrual que sí tiene su base en alguna patología, como pueden ser la endometriosis o la enfermedad inflamatoria pélvica.
Por tanto, es muy importante poder distinguir entre ambos tipos, para identificar si existe alguna enfermedad que genera este dolor y aplicar un tratamiento adecuado.
¿Es normal tener dolor durante la menstruación?
La idea errónea de que el dolor de regla es normal está muy extendida. Debido a este halo de aparente normalidad, el diagnóstico de ciertos procesos patológicos que afectan al cuerpo femenino se ve retrasado, con las consecuencias personales y socioeconómicas que conlleva.
El uso de antiinflamatorios no esteroideos y anticonceptivos orales puede ser útil para tratar la dismenorrea primaria. Sin embargo, su uso indiscriminado puede contribuir a ignorar los síntomas de enfermedades ginecológicas como la endometriosis, adenomiosis o la presencia de miomas. La endometriosis es uno de los casos más llamativos de enfermedad crónica ampliamente infradiagnosticada.
Además, es importante destacar que, si no se trata adecuadamente, en determinadas circunstancias la dismenorrea puede derivar en dolor pélvico crónico.
Por tanto, ante dolores menstruales frecuentes e intensos que no responden a los tratamiento comunes se recomienda acudir a un especialista. Además de ello, no debemos normalizar ningún tipo de dolor de regla para que las chicas jóvenes y mujeres se atrevan a decirlo y a buscar asistencia. Así podrán descartarse otros problemas más graves, incluyendo la cronificación del dolor por un problema de hipersensibilización del sistema nervioso central.
El sesgo de género en la ciencia
Un factor que ha dificultado la distinción entre lo que es normal y lo que no lo es ha sido la escasez de conocimiento sobre la fisiología y la salud menstrual. Por eso mismo también resulta paradójico que la sobremedicalización de la menstruación sea una triste realidad.
El bajo número de artículos científicos en comparación con otros procesos fisiológicos se puede comprobar fácilmente haciendo búsquedas en bases de datos especializadas como PubMed.
Una de las bases que sostienen este problema es que la ciencia ha crecido en una sociedad androcéntrica y ha desarrollado muchos de sus trabajos bajo un sesgo sexual y de género. Es decir, se ha dejado un cerco inexplorado en cuanto a la fisiología y patologías femeninas, incluyendo la salud sexual y reproductiva.
No solo en estos campos en concreto, pues durante mucho tiempo se había creído que los datos científicos obtenidos al estudiar individuos macho podían ser extrapolados a las hembras, algo que hoy la comunidad científica ya ha empezado a admitir como un error. Además, las fluctuaciones hormonales que ocurren en las hembras eran consideradas tradicionalmente como un inconveniente a la hora de realizar investigaciones biomédicas. El motivo que se daba era una mayor dificultad a la hora de interpretar los resultados de los experimentos.
Por estas razones, muchos ensayos preclínicos sobre medicamentos realizados, o bien no han contado con representación femenina entre los grupos analizados, o esta ha sido insuficiente.
Este sesgo ha dado lugar a vacíos informativos con respecto a cómo diagnosticar y tratar correctamente a la mitad de la población mundial. De hecho, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos (NIH) ha instaurado una política para que el sexo sea considerado como un parámetro biológico a tener en cuenta en los estudios que financia.
A un lado de esto, el escaso nivel de información y concienciación a nivel social también ejerce un papel muy importante.
La regla como un proceso natural y no de condena
Es tiempo ya de que aspectos relacionados con el cuerpo de la mujer como la menstruación dejen de ser un tabú y que se le dé visibilidad tanto a la regla como a las enfermedades agudas o crónicas que pueden producir trastornos menstruales.
De este modo, las mujeres podrán vivir la regla como un proceso natural y también como una herramienta que les permita valorar si hay algo que no va bien en su cuerpo, en lugar de como una condena. Así podrán acudir a los centros de salud a pedir un diagnóstico, un tratamiento y un seguimiento adecuados sin el temor de ser juzgadas o tachadas como débiles.
Estamos entrando en la era de los tratamientos personalizados y las mujeres deben recibir lo que realmente necesitan. En palabras de la experta Carme Valls, es necesario aplicar una “ciencia de la diferencia” para dejar atrás estos sesgos que discriminan el cuidado de las mujeres por todo el mundo.