“Queridos Reyes Magos…” Para algunos niños, tres juguetes no eran suficientes y en sus casas había cambios en las reglas ya que les les llevaban más regalos.
Son pocos los menores que piden solo un juguete, porque cada vez que le dices a un niño cuántos quiere, no tiene un número y se pasa de lo establecido por las tradiciones.
En mi caso fue distinto. Desde chico fui indeciso y siempre dejaba la carta de Reyes en dos juguetes, hubo solo un año donde no hice carta, pero no por indeciso, sino porque la situación económica andaba mal.
Aunque hubo un año en el que los Reyes Magos llevaron el mejor regalo que un niño pudiera tener en los años noventa.
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Recuerdo muy bien esa noche, donde mis hermanos y yo estábamos en una cama, para despertar al día siguiente y saber la sorpresa, solo que ese día fue diferente.
Recuerdo que desperté en la noche y frente a mí cama tenía la gran ventana que daba a la calle, donde me gustaba ver el cielo y no escuchar nada de ruido.
Seguro no muchos saben, pero en los noventa la Ciudad de México también dormía. Después de las doce recorría un gran silencio por sus calles, la oscuridad invadía cualquier sitio y las estrellas eran visibles a los ojos de las personas.
Lo sé, porque los fines de semana subía a la azotea a ver las estrellas y siempre me acostaba para ver una parte del cielo y contaba las estrellas. El último conteo que recuerdo fueron 14 estrellas a la vista.
Aunque esa noche de Reyes no supe si fueron las lagañas lo que me formaron en mis ojos o el arrebato del sueño, pero una luz incandescente se posó a mitad del cielo.
No me moví, todo parecía estar en mi cabeza, pero ese astro se veía tan grande y me preguntaba si no era un helicóptero o un avión que perdió su rumbo. Me le quedé viendo por un rato más y empezó a subir y bajar como si no le costara tanto trabajo, lo cual dudé que fuera un ser mágico y ahí empecé a darle forma a las palabras “de otro mundo”.
Cuando traté de reaccionar me sobresalté y la luz del día ya estaba a todo lo que da, mis hermanos y familia me esperaban en el comedor para abrir una gran caja y debajo de todo el papel estaba el Nintendo 64 con el videojuego de Zelda “Ocarina del Tiempo”.
Al ver los regalos de mis hermanos, el árbol y todos felices me sentí como si estuviera en durmiendo y lo único que pensé en mi mente fue “qué bonito sueño”.