¿Los feminicidios terminarán algún día?
La primera novela de Gabriela Jáuregui (Ciudad de México, 44 años) es un tour de force desde la primera página con Feral (Sexto Piso), el lenguaje y el flujo de consciencia de las archivistas, una suerte de grupo de mujeres que vienen del futuro y tienen su voz en el subsuelo, salen de un sueño para repasar nuestro presente y hablar de la violencia contra las mujeres y reparar en el feminicidio de Eugenia, una Arqueóloga (con A mayúscula, como dice la escritora capitalina) y contar su historia.
A voz coral, como tragedia de Eurípides que está citado en uno de los epígrafes, las primeras ocho páginas de la novela son un llamado a las voces perdidas e invocar espacios y voces de quienes parecen perdidas para que regresen a la manada. Al espacio de las personajas.
“Esa parte es para ser leída en voz alta, casi casi. ¡Papam, papam!, tiene como cadencia. Es un paseo por el centro, un despertar, un llamado. Mucha música. Es mi intento desde la poesía a escribir prosa”, dice la narradora, “el sonido, la cadencia, las palabras. Hay juegos de palabras, rimas internas, asonancias. Es mi deformación; esa parte escrita son de las que a veces pasan, son mágicas y no sabes cómo sucedieron. Dices: ‘¿cómo que escribí esto?’. Así como la ves, casi casi salió”.
El proceso fue largo, pues tardó cerca de ocho años para terminar de escribirla. Fue un ir y venir entre más proyectos. Pasó el tiempo, su primer libro de cuentos, La memoria de las cosas (2015), los dos libros de ensayos sobre feminismo que coordinó, Tsunami (2018) y Tsunami 2 (2020), todo publicado por Sexto Piso. A veces desistía y otras más volvía al eterno retorno de la página en blanco para terminar el trabajo.
“Era importante que hubiera una voz coral presente. Primero, en mi versión 0.01, de las 28, quería que el coro fuera de las amigas, pero no funcionaba. Narrativamente no jalaba. Una tenía que estar preocupada, pero la otra triste, pero la otra enojada. Era un ejercicio de lograr que hubieran varias protagonistas, que tuvieran sus diferencias y encuentros, voces propias, cosas en común”, explica la autora que vive en San Mateo Acatitlán, Estado de México.
“Había semillas de esto. Ya estaban incluso pedazos de esto desde mi libro de cuentos. Está la arqueóloga. Hay un cuento de una chava que se llama Citlalli, de una mujer que vive en Tenochtitlán”,
Esto se mezcló en gran medida con su vocación poética y, de entre la técnica narrativa para hacer un uso excelso de la coma a cada párrafo donde suelta el flujo de consciencia de las archivistas, además de no dejar la musicalidad de lado, también se valió de las técnicas de los monjes copistas de la Edad Media para hacer anotaciones en columnas a los costados de cada página sobre hechos clave.
Al principio la obra tendría otro nombre, La Mano Vuelta, que parte de una tradición oaxaqueña donde el trabajo colectivo está basado en dar y recibir; esto era importante para Jáuregui, pues era una manera de devolverle la voz a las mujeres y personas que ya no la tenían y se las habían arrebatado. Pero con el tiempo esto cambió, pues le faltaba fuerza y un sentido de urgencia para contar lo que le estaba pasando a quienes ya no estaban. De ahí nació Feral.
“Mi mano vuelta para mí tiene que ver con esta novela, que es para mis amigas que murieron y la gente que defiende la vida en este país”, reitera la novelista.
La novela está dedicada a sus hijas y amigas, con la esperanza de que esto sea en algún momento un pasado lejano y abismal para que no suceda, y a su pareja Alfonso, quien en palabras de Jáuregui, le ayudó a buscar en todo momento espacios para que pudiera terminar de escribirla.
Este trabajo une múltiples géneros, desde el diario, que se ensaya a múltiples pasos con ideas que cuestionan al patriarcado y sus modos de entender y accionar en la sociedad, hasta la crónica, al acercarse a los espacios periodísticos que van de la mano con saber más sobre lo que pasó con el asesino de Eugenia en un ir y venir diario a la fiscalía sin tener una respuesta.
A la pregunta, ¿esta historia que está pasando en el país, la de los feminicidios, por quién tiene que ser contada?, la también poeta responde.
“Cuando empecé, decía: ‘tiene que ser contada por mujeres’. Para mí, el libro de Sergio González Rodríguez (Huesos en el desierto, 2002) es una obra maestra y es un antes y un después; fue un querido querido amigo y mentor. Era una persona increíble. Ese libro fue necesario y parteaguas, pero la pregunta era: ¿ahora cómo lo contamos nosotras?”, señala.
“Pienso mucho en ese multihomicidio (en la Narvarte) y que me cambió. Amigas mías eran amigas de Nadia, trabajaban con ella; muchos amigos periodistas los conocían también (a Nadia y Rubén Espinosa). El luto de dos amigas que murieron, esa tristeza y ese pesar desde la amistad también están ahí. Siento que como país estamos en un luto perpetuo. Era un poco todo eso, tratarlo de acomodar en mi corazón, en mi cabeza y en la página".
En la novela hay un Día Cero, que es cuando las amigas, Diana, Saratoga y Yunuen, saben del feminicidio; para Jáuregui, en México todos los días hay 10 personas o 10 familias que comienzan con ese camino, uno donde casi nunca se resuelven los casos.
“En mi largo transitar de novela, hubo muchas veces que cuando empezaron a salir muchos libros inquietantes, dolorosos, escritos por mujeres sobre feminicidio donde había ratos en que aventaba la toalla. Al final me dije: ‘no es como que la literatura haya un tema original que vaya a decir y nunca más se vaya a decir’. Estamos escribiendo y reescribiendo todo, todo el tiempo. No existe el concepto de originalidad, es una falacia. ¿Cómo vas a publicar algo después de que Cristina (Rivera Garza) va a hablar sobre Liliana?”.
Se pregúntó en muchas ocasiones qué tenía que aportar a esta memoria colectiva y una amiga suya, Marina Azagua, le dio la respuesta: “publícalo porque (los feminicidios) están pasando una y otra vez, porque esto pasa una y otra vez y tenemos que dejar huella, rastro, testimonio. Esto es lo que está pasando”.
¿Te gustaría que este fuera el México de un futuro alejado?
“Espero no tan alejado para mis hijas porque ya están aquí; espero que puedan crecer en un mejor mundo del que estamos teniendo ahorita. Espero que un día las infancias del futuro lo lean y piensen: ‘qué horrible, no puedo creer que así fue el mundo en algún momento. Qué idiotas éramos’.