Todo inició con un stament proyectado en las pantallas que formaban una cruz en el escenario: “Damas y caballeros, tomen sus asientos. El show está a punto de comenzar. Antes de esto, dos anuncios: primero, sin ninguna consideración, apaguen sus celulares; segundo, si eres de esos que ‘aman a Pink Floyd’, pero no puedes soportar las políticas de Roger, deberías de irte ahora mismo a la mierda hacia el bar”. Fue todo.
El Palacio de los Deportes, espacio patrocinado por MG Motor, encapsuló el This is not a Drill Tour de Roger Waters; a diferencia del Us + Them Tour del 2018 que también fue ahí, ahora tomó 10 minutos más para arrancar. 9 con 10 minutos de la noche.
Así entramos a esta nueva estructura/muro.
De pronto un rayo de luz y apareció una ciudad destruida. Humanos a sombras, detenidos por un instante, casi absoluto, entre las calles con lluvia y los semiescombros de edificios de pie. Ahí comenzó a escucharse: “Is there anybody in there?”.
Confortably Numb sonó de una forma más sombría entre la lluvia para adentrarnos a la ciudad muro; de las pantallas comenzaba a contarse la historia desde la ciudad destruida, donde los humanos estáticos miraban la torre, centro de todo, y un penthouse donde habitaban los oligarcas. Una que se adornaba con un cerdo que recordaba al Animals de Pink Floyd. Todo esto con viñetas y diálogos a modo de cómic.
La obra maestra, en gran medida trazada por Waters con su The Wall, se había instalado. Llegó The Happiest Days of Our Lives, donde el ritmo balanceó a su público y lo llevó hasta Another Brick in the Wall, Part 2 y Another Brick in the Wall, Part 3.
Vino The Powers That Be y en las pantallas aparecieron los personajes de la autoridad: la policía y los que dan la orden, a los que Roger Waters reconoce como los oligarcas. En las pantallas se mostró el abuso de violencia: el asesinato del mexicano Giovanni López al inicio de la pandemia en Guadalajara para junio de 2020 y el feminicidio de Victoria Salazar en Tulum para marzo de 2021; una imagen repetida en todo el mundo: el asesinato de la periodista palestina Shireen Abu Akleh este año; la muerte de la iraní Masha Amini y otras escenas más en distintas partes. Rashan Charles, Philando Castile, George Floyd, D Andre Campbell, Breonna Taylor y más nombres con un centro en común: la violencia automatizada de las autoridades.
Why they are so brutal?, se leyó en las pantallas.
Luego llegó The Bravery of Being Out of Range y Ronald Reagan salió en las pantallas con sus discursos intactos de culpa; mientras se leía encima de su rostro War criminal killed 30,000 innocents in Guatemala; vinieron Clinton, Bush hijo, Obama, Trump y Biden con leyendas parecidas encima de sus rostros.
El afecto de Waters por México ha sido claro y desde que tocó en el Zócalo de la Ciudad de México en 2016, cuando le reclamó a Enrique Peña Nieto por la vida de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y los desaparecidos en el país, ha estado presente en reclamos públicos.
En esta ocasión, tras el encierro por la pandemia en el 2020, no habló sobre el actual presidente de México, solo agradeció a su público en español por haber comprado boletos para esta gira desde 2020 y cerró con un “Esto significa mucho para mí. Viva México”.
En su setlist siguió The Bar y al terminar dijo: “Tocaré algo de los viejos días donde tocaba con mi otra banda”.
El primero de tres monumentos de Pink Floyd se instaló: Have a Cigar, que arrancó con un video de un tocadiscos y una foto de la primera etapa de los ingleses, donde se incluía a Syd Barret, acompañado de fotos y videos de archivo; Waters fue más atrás con con Wish You Were Here y en las pantallas poco a poco se escribía cómo nació la banda para 1963, luego de ir a un concierto de Gene Vincent donde también tocaron los Rolling Stones. La triada cerró con Shine On You Crazy Diamond (Parts VI-VII, V) del mismo álbum, donde explicaba algo parecido a un ataque de ansiedad que tuvo en la cantina dentro del estudio de Abbey Road.
Siempre Barret, nunca David Gilmour. No hubo señal alguna de entre las fotos del que también fuera guitarrista principal de la banda inglesa.
Para esta primera parte cerró con Sheep del Animals, donde salió un inflable que representaba a este animal como un concepto nacido en el libro La rebelión en la granja de George Orwell.
INTERMISSION, se leyó en las pantallas y cerró la primera parte del concierto.
Antes de volver a la pieza maestra de Waters, el The Wall, un inflable de cerdo con antifaz voló alrededor del Palacio de los Deportes. Todos pensaron que seguiría en el Animals, por la referencia, y porque esa canción nunca se había quedado fuera del repertorio. Ni en 2016 ni en 2018 cuando estuvo en México.
No. Siguió In The Flesh. Nació el personaje dictatorial del que hace mofa y crítica Waters y los estandartes de martillos bajaron a la arena. Le siguió Run Like Hell y en algún momento todo el Palacio gritó: Hammer, Hammer, Hammer!
Llegaron Déjà Vu e Is This the Life We Really Want?; luego vino el clásico Money y siguó Us and Them para instalarnos hacia el final del Dark Side Of the Moon, le siguieron Any Colour You Like, Brain Damage sonó y las risas de la locura envolvieron al lleno total del recinto para llegar al Eclipse.
Para cerrar la noche siguió Two Suns in the Sunset y de nuevo The Bar (Reprise); se terminó con Outside The Wall y, para ese momento, casi como si fuera una película, vinieron los créditos, uno a uno, de cada músico que se concentró en la banda del exPink Floyd.
Salimos del muro.