Miguel Hidalgo y Costilla fue fusilado a las 7 de la mañana el 30 de julio de 1811 en la ciudad de Chihuahua, pero su legado no sólo quedó marcado en los libros de historia, sino que se plasmó en el imaginario popular de la región.
Dicen que una sotana sin cabeza deambula por las calles del barrio de San Francisco, recordando a quienes escuchan sus pasos en la noche el trágico final del Padre de la Patria y uno de los iniciadores de la Independencia de México.
La historia comienza en el patio del antiguo Colegio de Jesuitas, en lo que hoy es el Palacio de Gobierno.
Allí, Hidalgo pasó sus últimas horas antes de ser fusilado por órdenes de la Corona española. Luego de su ejecución, su cuerpo fue decapitado y su cabeza enviada como macabro trofeo a Guanajuato.
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Sin embargo, el resto de su cuerpo permaneció en Chihuahua, enterrado en la capilla de San Antonio de Padua.
Entre los objetos personales que le acompañaban en sus momentos finales estaba un rosario sevillano, un obsequio de un joven servidor de la iglesia local, Justo María Chávez.
Este rosario, con su crucifijo de oro, se convirtió en una reliquia cargada de simbolismo, un testimonio de los últimos días del cura que lideró la lucha por la Independencia de México. Con el tiempo, el rosario de Hidalgo desapareció en medio de rumores y leyendas.
Se dice que fue recuperado varias veces por diferentes clérigos, y que su destino final se vio envuelto en misterio tras un incendio en el Palacio de Gobierno en 1940.
La sotana sin cabeza
Aunque, lo que más perturba a los habitantes de Chihuahua no es el paradero del rosario, sino las apariciones que comenzaron a ser reportadas en las décadas posteriores a su muerte.
En los años veinte y treinta, los vecinos de la panadería "La Espiga de Oro", ubicada cerca del Templo de San Francisco, comenzaron a ver una figura extraña.
Dicen que se trataba de la sotana de un cura sin cabeza, que se deslizaba por las calles en las noches más oscuras, entre las calles 17 y Juárez.
Los caballos y mulas del establo se ponían nerviosos, incapaces de soportar la visión espectral que atravesaba paredes y patios.
Roberto Licón Rubio, sobrino del dueño de la panadería, recuerda cómo su tío hablaba de las noches en que los animales se alteraban sin razón aparente.
Las mujeres que asistían a misa en la madrugada dicen que cada vez que la sotana se dejaba ver, los perros en las márgenes del Río Chuviscar ladraban sin descanso y el viento soplaba con una fuerza extraña, como si el alma en pena de un sacerdote vagara sin rumbo, incapaz de encontrar paz.
Para los más ancianos, no era difícil conectar estos relatos con la trágica muerte de Hidalgo.
La sotana sin cabeza representaba algo más que un espectro, pues era el alma en pena de un hombre que, pese a su sacrificio por la Independencia, había sido condenado a morir de manera brutal.
Sin su cabeza, separada de su cuerpo, su espíritu parecía deambular, buscando redención en las mismas calles que presenciaron su caída.
Hoy, la leyenda de la sotana sin cabeza sigue viva en la memoria de los chihuahuenses, aunque muchos prefieren pensar que los fantasmas se han desvanecido con la modernidad.
Sin embargo, en los rincones más antiguos de la ciudad, el relato persiste, recordando a quienes lo escuchan que la historia de Miguel Hidalgo y Costilla no terminó en su ejecución, sino que continúa, como un eco del pasado que sigue recorriendo las calles en silencio.