Puede que no conozcas a Justina, pero si alguna vez has caminado por la colonia Plenitud en Azcapotzalco durante las fiestas decembrinas, seguro has oído hablar de “Las Posadas de Justina”. Esta tradición, que vibra con magia y unión, es mucho más que un evento: es el legado de una mujer extraordinaria que, desde 1945, ha iluminado corazones con su espíritu festivo y amor por la comunidad.
Justina nació un 26 de septiembre de 1927, en la colonia Argentina Antigua, en la alcaldía Miguel Hidalgo. Hija de José Millán y Flavia Olivares, trajo consigo no solo sus sueños, sino también las costumbres que marcarían su historia familiar. Desde niña, 'Mamá Tina' como también le dicen, vivió las celebraciones organizadas por Nicefora Olivares, mejor conocida como su "Tía Nis", quien, con devoción y alegría, transformaba las noches de diciembre en un canto a la fe y a la esperanza.
'Las Posadas de Justina', un símbolo de comunidad
Cuando Justina se casó con Antonio Laguna y se mudó a la colonia Plenitud, no dejó atrás las tradiciones que habían marcado su infancia. Fue a los 17 años cuando comenzó la historia de “Las Posadas de Justina” en su nuevo hogar en la calle Gasoducto. Esta celebración se convirtió en su manera de compartir el espíritu de la Navidad y reunir a los vecinos en torno a la alegría, el ponche caliente y el sonido de los cánticos tradicionales.
Recuerdo con cariño cómo Guadalupe Laguna, una de sus hijas, narra que las primeras posadas comenzaron en los hogares de vecinos como “Tía Luz”, “Doña Liove”, “Doña Cata”, “Doña Esther”, José, hijo del “Tío Nilo”; “Doña Herminia”, “Doña Felipa” y “Doña Bricia”. Poco a poco, esta costumbre se expandió como un abrazo cálido, acogiendo a más y más personas en su recorrido.
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Una tradición que trasciende fronteras
En las décadas de los 70, 80 y 90, estas posadas se convirtieron en un evento emblemático. Las calles de la colonia Plenitud se llenaban de voces cantando los mismos versos que, siglos atrás, fray Diego de San Soria había popularizado.
Mientras caminábamos con bufandas, guantes y velitas encendidas, el aroma del ponche, los tacos, las quesadillas y los tamales nos envolvía, y las piñatas (ahora de cartón, pero antes de barro) marcaban el clímax de cada noche.
Con el tiempo, las Posadas de Justina cruzaron las fronteras de la colonia. Amigos y familiares que han emigrado de la colonia llevaron consigo esta tradición a lugares como Naucalpan y Atizapán. Y aunque el escenario cambiara, el corazón de la celebración sigue siendo el mismo: el amor por compartir y la devoción por mantener viva una costumbre que une generaciones.
Un legado que sigue vivo
Hoy, a sus 97 años, Justina ya no lidera las procesiones como antes, pero su esencia sigue presente. Su hija Rosa Martha Laguna desde 2012 tomó la estafeta con el mismo entusiasmo, cantando y organizando las posadas con el toque inconfundible de su madre, muchas veces apoyada por sus hermanas, Lupe, Tere, Carmen y María Esther.
Cada año, y hasta la fecha, sigue presente para rezar, entonar algún cántico y, sobre todo, llenar de su calidez el momento en que los peregrinos son recibidos, reafirmando su presencia en la tradición.
En las posadas de la colonia Plenitud es tradicional ofrecer ponche y una variedad de deliciosos platillos, tales como tacos de canasta, quesadillas, hojaldras con mole, tostadas, tamales oaxaqueños, tacos de guisado e incluso, en algunas casas, ¡pozole!
¿Qué representan las posadas?
De acuerdo con los relatos tradicionales, José y María emprendieron un largo viaje desde Nazaret hasta Belén para cumplir con un mandato impuesto. Durante los nueve días que duró su trayecto, la Virgen estaba por dar a luz a su hijo, Jesús. Al llegar, fueron rechazados en el mesón y en varios hogares, por lo que tuvieron que refugiarse en un humilde establo que unos bondadosos ofrecieron.
Estas costumbres reviven la travesía de María y José desde Nazaret hasta Belén, destacando valores como la hospitalidad y la fe. Son momentos de encuentro y fraternidad, donde amigos, familiares y vecinos se reúnen para compartir la alegría, fortaleciendo los lazos comunitarios.
El verdadero espíritu de la Navidad
Estas posadas no son solo una celebración; son un recordatorio de la importancia de la fe, la comunidad y el amor. Cuando caminamos por las calles, cantando bajo el cielo estrellado, con el aroma de Navidad flotando en el aire, siento que somos parte de algo más grande. Somos parte del legado de Justina, un legado que, generación tras generación, sigue manteniendo viva la verdadera esencia de la Navidad: compartir, creer y unirnos.
Porque “Las Posadas de Justina” no son simplemente una tradición; son un regalo de amor que nos recuerda que la Navidad no está en los adornos ni en los regalos, sino en el corazón de quienes la viven.