Las momias de Guanajuato son mundialmente conocidas, como lo es su Museo de Momias, sin embargo, la mayoría de las personas no saben de dónde provienen estos cuerpos. El “Panteón de Santa Paula”, se creó después de la peste negra y es considerado un campo santo que existe desde el año 1861 y se encuentra justo a un costado del famoso museo en la capital del estado.
Una de sus características principales es que, debido a las condiciones del terreno donde fue construido, al interior de sus gavetas localizadas al fondo del recinto se forman las famosas “momias”. La ciencia explica que cuando los cuerpos se introducen en dichas gavetas, las cuales están herméticamente selladas, el calor al interior deshidrata los cuerpos antes de que lleguen a descomponerse, un proceso de momificación natural que no requiere la intervención del hombre.
De acuerdo con los registros del archivo histórico de la ciudad, la primera momia que fue encontrada en este panteón fue la del médico francés Remigio Leroy en el año de 1865, su cuerpo momificado fue descubierto por trabajadores del panteón quienes llevaban a cabo labores para desalojar las gavetas de los difuntos cuyas familias no habían pagado el derecho a la perpetuidad.
A partir de ese momento comenzaron a surgir más y más momias hasta llegar a las 117 que hoy conforman la colección.
Este panteón es además el lugar de eterno descanso de personas ilustres como armando Olivares Carrillo, último director del colegio del estado y primer rector de la UG, quien fue apasionado del teatro y creador de los entremeses cervantinos; Don Manuel Doblado, exgobernador del Estado de Guanajuato.
Leyenda del velador de Santa Paula
Los arcos del panteón de Santa Paula es el lugar más antiguo del recinto, por lo que hay historias que se han convertido en leyendas y han pasado de generación en generación.
Algunos de los visitantes o trabajadores aseguran ser testigos de estos relatos trágicos que se viven en este lugar.
Don rutilo fue durante muchos años velador de este panteón, y cuenta que veía las almas, escuchaba susurros y ruidos durante su jornada de trabajo, y siempre ha preferido ser amigo de las almas ayudándolas con su pena y dolor.
Rutilo un día escuchó llorar a una pequeña niña en una tumba, se acercó a ella y comenzó a platicarle cómo podía ayudar a aliviar su lamento; la pequeña respondida que no podía ir al cielo ya que no había recibido el sacramento del bautismo y que no la querían en ningún lugar.
El velador sin pensarlo acudió con un sacerdote para convencerlo de hacer el acto religioso para que la pequeña pudiera descasar en paz.
Días después, fueron al panteón en la noche para llevar acabo el bautizo de la niña, al finalizar la ceremonia se escuchó un susurro que decía “gracias”. El religioso se quedó con cara de asombro al escuchar esa diminuta voz entre las lápidas.
Desde aquella noche el cuidador no volvió a ver a la pequeña en el panteón. Por lo que le dio descanso y paz en su muerte.